Cada vez que aparece un nieto desaparecido, entonces volvemos sobre la historia de los padres que están desaparecidos y ya sabemos que nunca aparecerán, no volverán, no cobrarán vida, como es el caso de cada aparición de un joven que encuentra su identidad.
Cada vez que eso ocurre no dejo de
emocionarme. No tanto por la identidad recuperada, sino porque me conmueve leer
otra vez la historia de vida de esos padres que no están y no estarán. Ellos
son parte de mi generación y yo me siento parte de ellos. Me ocurre lo mismo
cada 24 de marzo, el aniversario del golpe militar.
Ese día se rompió una ilusión, se quemaron
las esperanzas y se enterró en lugar desconocido la posibilidad de una
Argentina que todavía no alcanzamos a pesar de los 30 años de democracia. El
final de nuestro proyecto como juventud, como nueva generación, fue de la peor
manera. La palabra trágico es tibia al lado de los hechos. Pero en la distancia
– como miembro de esa generación –, siento que éramos, fuimos, enormemente
felices. Fuimos capaces, desde la propia adolescencia, de construir un cuerpo
de ideales que muchos años más tarde fueron el rumbo de la sociedad argentina. No inventamos nada.
Recogimos lo mejor de la historia e intentamos ponerlo en práctica. No fue
posible. Pero fuimos enormemente felices. Hoy vemos asombrados cómo la historia
da una revancha y el río vuelve a tener el impulso de otros tiempos.
No es verdad – como le gusta remarcar a la
derecha recalcitrante – que todos fuéramos montoneros y adhiriéramos a
movimientos guerrilleros. Quienes formaron parte de estos grupos fueron una
minoría a la que le gustaba arrogarse la representación de toda una generación.
Personajes siniestros como Firmenich viven hoy en Barcelona disfrutando de una
vida que muchos de mi generación quisieran tener. Pero no comparto la historia
de “Los Dos Demonios”; la guerrilla por un lado, el terrorismo de Estado por el
otro.
La guerrilla nunca dejó de ser una
expresión equivocada en la lucha por las libertades y la democracia. Pudo ser
resuelta la controversia por la vía judicial. No era necesario matar una
generación entera y enterrar con ella – por extensión – a los padres y
familiares de esa generación. Pero ambos bandos se quieren arrogar una
representatividad que no es tal.
En los diarios de hoy, 6 de agosto de 2014,
se presenta a Oscar Montoya y Laura Carlotto (padre y madre del nieto
recuperado 114, el nieto de Estela de Carlotto, presidente de la ONG Abuelas de
Plaza de Mayo) como miembros de la organización Montoneros, cuando en realidad
eran miembros de la Juventud Universitaria Peronista, una organización
estudiantil. Ser montonero, formar parte de la organización Montoneros, era
otra cosa. A los militares les gustaba
meternos a todos en la misma bolsa para justificar el genocidio. Y a personajes
de pocas luces intelectuales, como la dirección de Montoneros, les gustaba que
les adjudicaran una representatividad que no habían conseguido por mérito
propio. La calificación no me pertenece. Es del periodista Horacio Verbitsky,
expresada en el documental “Paco Urondo, La Palabra Justa” cuando se refiere a
la pregunta ¿Por qué una mente lúcida y limpia como la de Urondo podía obedecer
órdenes de gente de tan pocas luces como al dirección de montoneros? Se refiere
al hecho de que la dirección de Montoneros lo envió a Mendoza donde sabía que
lo iban a matar, como así ocurrió.
Nunca he sido peronista ni lo soy. Pero
tuve grandes amigos en la Juventud Universitaria Peronista de Económicas en la
UBA. Doy fe que nunca formaron parte de la organización Montoneros, pero varios de ellos están
desaparecidos bajo la acusación de ser guerrilleros o terroristas. Y Montoneros
nunca se ocupó de decir “no forman parte de nuestras filas”.
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